Dios en la muñeca
Durante las últimas semanas he preguntado a los portapulseritas de mi entorno el motivo para lucir semejante timo. La respuesta ha coincidido en la mayoría de los casos: “bueno, nunca se sabe, a lo mejor funciona”. Y cada vez que oigo eso me imagino a un enfermo terminal que acepta, desesperado, el último tratamiento experimental. ¿Qué tengo que perder? Después de todo, ya estoy muerto. Se trata, por tanto, de un acto de fe; la misma sensación imprecisa que a otros les lleva a aceptar la vida como un valle de lágrimas diseñado por no se sabe qué poder supremo.
Las pulseritas mágicas son un detector de encefalogramas planos terminales, la demostración de que, en el siglo XXI, cualquier cosa envuelta en plástico puede adquirir el estatus de Nuevo Jesucristo. Esos trozos de goma son la última moda en iconografía idiotizante para la masa sin capacidad crítica. Esas pulseras, igual que los crucifijos, deberían ser prohibidas en los colegios. Y por cierto, lehendakari, también en los parlamentos.
Racita
Sabino Arana, fundador del nacionalismo vasco, estaba obsesionado con la «raza vasca». La verdad es que Sabino Arana estaba obsesionado con muchas sandeces, y prueba de ello es el escaso entusiasmo que se advierte en el PNV para sacar a pasear sus presumibles ideas. La lectura de sus pensamientos lleva a cualquier persona a una inevitable conclusión. Era tonto. Su hermano Luis, más joven que él, tenía más conchas. Fue el diseñador de la «ikurriña», porque Sabino no era capaz ni de inventarse una bandera.
La raza vasca lo era todo para Sabino. Y sus seguidores se lo creyeron. Hasta hoy. El anterior «Lehendakari», Ibarreche, encargó un estudio a la Universidad del País Vasco con el único objetivo de establecer definitivamente la supremacía de la raza vasca. Pero el desenlace del estudio ha resultado decepcionante. Ni raza vasca ni nísperos. Se han advertido una serie de peculiaridades curiosas –como en algunos habitantes de Escocia, Malta, Cerdeña y el norte de Italia–, pero nada más. Para colmo de males, se demuestra que entre un vasco español y un vasco francés hay muchas más diferencias que entre un vasco español y un valenciano o un murciano. Es decir, que a lo sumo que puede aspirar el nacionalismo vasco es a la pureza de una racita o razuela, realidad que no justifica el tostón que está dando desde que Sabino Arana viajó a Lourdes en viaje de novios sin que se produjera el deseado milagro de la coyunda.
Estos estudios racistas, a estas alturas de la vida y de la ciencia, no dan de sí. Lo malo es que dan de no. Y el resultado preocupa. Los vascos son tan caucásicos como un parado andaluz o un cultivador de tulipanes de Holanda. Tengo amigos con ocho apellidos vascos que suplantarían a la perfección a Curro Jiménez en Sierra Morena. Y otros, jerezanos, portuenses o sevillanos de siembra y dehesa, que hasta que no rompen a hablar parecen hijos de la Europa vikinga. La raza vasca perdió consistencia y sentido cuando los montañeses empezaron a ganar a los vascos en las regatas de traineras. Un simple apunte de una efeméride deportiva que dio al traste con todas las excelencias físicas que Sabino Arana entrevió entre los suyos.
Tampoco existe una raza castellana, catalana o asturiana. Hay costumbres que distinguen y singularizan a unos y otros y se mantienen a lo largo de los siglos. El que un catalán beba una copa de cava antes de comer y un andaluz un fino o una manzanilla, no quiere decir nada en lo que a raza se refiere. De existir una raza diferente en España sería la berciana. Son los únicos capaces de sobrevivir y multiplicarse comiendo botillo con una incidencia insignificante de perforaciones de estómago. Pero tampoco está demostrado que los bercianos conformen una raza diferente al resto de los leoneses.
El estudio encargado por Ibarreche, de ser respetados sus resultados como es debido, puede resultar engorroso para mantener algunas costumbres vascas. Si no hay raza, ¿para qué celebrar el «Aberri Eguna», que es el día de la patria sustentado en la raza? Demostrada la inexistencia de la raza vasca, celebrar el «Aberri Eguna» es como festejar en la España actual el «Día de la Creación de Empleo». Y si ha quedado resuelto que un vasco español se parece más a un valenciano que a un vasco francés, lo que tienen que hacer los vascongados, desde ya, es renunciar al «Aberri Eguna» y celebrar las Fallas. Que no digan que no aporto soluciones al inesperado y chocante problemón.
Alfonso Usia/larazon.es
Los griegos gastan… y los alemanes pagan
Grecia está muy lejos aunque los griegos, miren ustedes, nos han dejado la colosal herencia del clasicismo, una buena parte de nuestro vocabulario y los fundamentos del pensamiento moderno. Somos más helénicos que aztecas (esto lo digo deliberadamente para enfurecer a los folcloristas militantes) y Edipo, Electra y Otelo están más cerca de nosotros que, digamos, Quetzalcóatl y Huitzilopochtli.
Bueno, pero los griegos contemporáneos, aparte de que hablan una lengua tan apartada del idioma de Aristóteles como el español del latín, son algo indisciplinados, un poquitín irresponsables y un tanto mentirosillos. Vamos, si aquí hemos criticado tan groseramente al gordo Carstens y a los encargados de llevar las riendas de la economía nacional, allá, en la República Helénica (no, no se llama Estados Unidos de Grecia sino así, como hubiera debido llamarse también este país, República Mexicana, si los señores constituyentes de 1824 no hubieran cedido a la tentación de imitar al amo yanqui), los responsables de las finanzas públicas merecerían la horca porque, aparte de endeudarse como si tuvieran la chequera de Luis Echeverría, maquillaron las cifras para que mamá Unión Europea no respingara y no los llamara al orden.
Sin embargo, en ese rincón del mundo también tienen a su potencia imperial salvadora para tender la mano y recibir los millones que derrocharon alocadamente: se llama Bundesrepublik Deutschland, es decir, República Federal Alemana. Justamente, los alemanes llevan algo así como una década de apretarse del cinturón: no han tenido prácticamente aumentos de salarios, han mantenido una draconiana disciplina fiscal y llevaron a cabo una reforma para flexibilizar el mercado laboral —o sea, para poder echar más fácilmente a los trabajadores a la calle y propiciar de tal manera la competitividad del país— cuyos costos políticos han sido asumidos por la clase dirigente en las urnas. Como premio por su buena conducta, les toca apoquinar con la deuda griega. Eso es solidaridad y no cosas…
Roman Revueltas Retes/mileniodiario
Qué sería de México sin drogas
Miles de millones de dólares aceitan la economía mexicana cada año
SABINO BASTIDAS COLINAS
El tema de las drogas es también un tema económico y un problema de mercado. Este es uno de los ángulos más interesantes para explicar el fenómeno, y probablemente, la verdadera pista para combatirlo seriamente o quizá, por lo menos, para contenerlo. Es claro para todos que las drogas son un producto, que tiene un precio alterado por una prohibición, que genera naturalmente mayor riqueza y utilidad.
¿Pero de qué estamos hablando? ¿De cuánto estamos hablando? ¿De qué tamaño es el negocio? ¿Qué tan rentable es? ¿Qué tan grave sería para algunas economías nacionales que el negocio dejara de funcionar? ¿Cómo funciona la economía de la droga? ¿Qué pasaría de verdad si los gobiernos ganaran la guerra contra las drogas y ese negocio quebrara o se paralizara?
Podemos tratar de entenderlo con el caso mexicano. El periodista Jacobo Zabludovsky empezaba un artículo hace unos días diciendo: “Si la divinidad dispusiera que esta noche terminara el narcotráfico en México, mañana estaríamos muriéndonos de hambre. O casi.” (El Universal 12/04/2010). Hacía referencia a la publicación de un informe dado a conocer por la consultora Stratfor, en el que se afirma que cada año, ingresan a la economía mexicana alrededor de 40.000 millones de dólares (mdd), unos 32.000 millones de euros, por concepto de drogas. Si el dato es cierto, como señala la consultora, la afirmación del periodista mexicano no resulta de ninguna forma exagerada.
Es muy difícil calcular el tamaño del negocio de las drogas. Se han hecho muchos ejercicios y estimaciones. En el caso de México, los cálculos van desde los 10 a 15.000 mdd (8 a 12.000 millones de euros,) un estimado que reconocen en privado algunas agencias del gobierno mexicano, elaborado a partir del flujo de dólares entre México y Estados Unidos, un dato duro, cierto, muy conservador, que nos da una evidencia empírica por lo menos del piso o del punto de partida del negocio de las drogas, hasta cálculos más amplios como la de Stratfor u otras agencias internacionales y centros académicos, que han deslizado y aventurado cifras que van de los 40 a los 50.000 mdd (de los 32.000 a 40.000 millones de euros).
Para tener algún elemento de comparación, los ingresos de México por concepto de remesas en 2009 fueron de 21.181 mdd (16.945 millones euros) los ingresos por concepto de turismo fueron de 11.275 mdd (9.020 millones de euros); los ingresos por petróleo fueron en 2008 de 50.635 mdd (40.508 millones de euros); y en 2009 de 30.882 mdd (24.705 millones de euros); la inversión extranjera directa fue de 23.179 mdd (18.543 millones de euros) en 2008 y de 11.417 mdd (9.133 millones de euros) en 2009. La comparación es abrumadora.
Sergio Ferragut en un libro publicado recientemente, A Silent Nightmare, afirma que el negocio de las drogas en Estados Unidos es de 125 mil mdd (100.000 millones de euros) según la estimación de la Oficina de las Naciones Unidas para la Droga y el Crimen, es casi el doble de la cifra reconocida por el gobierno norteamericano, que habla de 65.000 mdd (52.000 millones de euros).
Los especialistas insisten en que la mayor parte del negocio de las drogas, que las grandes ganancias y utilidades, se quedan en lo que llaman “la última milla”, es decir, en quienes controlan el último tramo de la cadena de producción y comercialización. Gana mucho más quien lo comercializa en los grandes centros de consumo y quien se lo hace llegar al consumidor final. Este criterio ayuda a moderar las grandes cifras que se atribuyen a la economía mexicana. Pero en cualquier escenario, un porcentaje muy importante de este negocio se queda en México, y sin duda es un tema que altera las cuentas nacionales, y del que por cierto, nunca habla el gobierno mexicano.
Lo que estamos obligados a reconocer es que el negocio ilícito de las drogas significa ingresos extraordinarios y un flujo de capital para los países comercializadores y productores de drogas. Y que si se quiere combatir realmente el narcotráfico es necesario atender dos frentes: primero, una clara y frontal estrategia para combatir el lavado de dinero; y segundo, una estrategia social y económica para sustituir el negocio ilícito del narcotráfico, por negocios productivos lícitos. El gobierno mexicano tiene una fachada ineficaz del primero y carece totalmente del segundo.
El negocio de las drogas significa muerte, veneno y destrucción para una sociedad, pero paradójica y perversamente, la otra cara de Jano, es que también significa ingresos, ventas y empleos. Significa dinero fresco circulando y activando la economía. Dinero ilegal que, tras un proceso de lavado, se inyecta de manera directa en el desarrollo y se convierte en inversión.
Ahí está la manzana envenenada. De una forma u otra, las complicidades son muy amplias. Los mexicanos normales, que tienen negocios lícitos, elevan el umbral de tolerancia, y también se ven beneficiados, directa o indirectamente de estos flujos de capital.
George Friedman, director de Stratfor y autor del libro The next 100 years, asegura que, sin lugar a dudas, el negocio de las drogas “al final, contribuirá con el crecimiento económico de México.” Y es que el dinero que sale del bolsillo de los consumidores de droga en Nueva York se convierte en dinero circulando en las economías de Ciudad Juárez, Morelia o Ciudad de México.
La “guerra” de Calderón contra las drogas estuvo desde el principio equivocada, porque le apostó más a la fuerza que a la inteligencia. Porque era necesario construir una estrategia mucho más amplia, integral, con muchos otros componentes, y uno de ellos era el financiero y económico. No lo tuvo. Y las decisiones tienen consecuencias.
México está obligado a preguntarse hoy: ¿Qué pasaría de verdad con su economía si ese dinero dejara de entrar? ¿Qué pasaría con su macroeconomía? ¿Qué pasaría con las pequeñas economías de cientos de pequeños pueblos, familias, comercios y negocios, que viven gracias a esos ingresos? Por ejemplo, ¿qué hubiera sido de México en la crisis del 2009 con una caída de -6,5% del PIB, sin los ingresos del negocio de la droga? ¿Cuál es la estrategia para combatir el lavado de dinero? ¿Cuál es la estrategia para sustituir la economía del narcotráfico?
Son preguntas que si no tienen respuesta, llevan a otras más graves: entonces ¿va en serio la guerra de Calderón contra las drogas? ¿Qué consecuencias tiene una guerra militar o armada, sin una estrategia económica y financiera? En el fondo ¿qué tanto ha contribuido la “guerra” de Calderón contra el narcotráfico para aumentar los precios de las drogas y en el fondo para mejorar las ganancias y las utilidades del negocio de las drogas?
Era elemental, desde un principio la estrategia era “Follow the Money…”