Una y otra vez
errábamos.
¿Cómo caimanes?
¿Cómo judías verdes?
Como ciegas tortugas
se repetía
el mismo proceso
de atardecer y lodo.
Se anunciaba
Enseguida,
muy pronto,
el galope
de los insultos desdichados
y aparecía, entre tablones,
el siempre inocente
reflejo del vaso
y la cuchara,
posados en la
cara campesina
del modesto mantel de
Casa Manolo.
Presagio ya
del colérico
y demencial baile
de banalidades
y babas.
Conociendo ya
,de antemano,
aburridamente,
los endebles
soportes
del embate sin fe.
Broches de latón
y brochas viejas
de una fatigosa
liza.
Liza sin arco.
Liza sin fin.
Caracteres tan conocidos
como la naturaleza
de los zapatos usados
y las sábanas caseras.
Una violencia,
en suma,
de corazón desvencijado
a corazón sin sol.
Así discurría,
sin honor,
la violenta
ceremonia
que anunciándose
como un nuevo clarín
guardaba
en su interior,
la voz recalentada.
La ira
desafinada
por la reiteración,
el argumento
ahíto
por acumulación.
Un sofocante
son, por tanto,
desprendía
este momento
hasta hacer
sangrar despaciosamente.
Otra vez,
un charco
morado
anegaba
los platos.
Una hemorragia
azul, sin fe,
empapaba
los textiles
de comer.
Un enjambre
de falsas
medallas sin mérito
caían sobre el menú.
Idea atufante
de un delirio
ante un imaginario tribunal
tan agotado y adormecido
por la reiterada
especie humana.
O la presencia
inane ya
del amor o la razón,
entre seres que se amaron
y mordieron la carne
apasionados.
Remedos baratos hoy
de verdugo
y víctima
en el pobre entorno
de croquetas y mollejas.
Sede popular
donde unas
mandíbulas de cartón
triscaban el reclamo
de la banalidad.
El vicio humano
por complacerse
en el error.
Hay momentos
en que ansiamos
ayuda.
Pedimos
auxilio
mientras
la voz afónica
del alma interior
no nos responde.
Pero quehaceres
sin plazo
ni radiantes
ocupan
a amigos y parientes,
enfoscados en su
propiedad general.
El socorro
embarranca
así entre las abruptas
paredes de un
imaginario
túnel conductor.
Un conducto
difícil o adverso
por donde apenas discurre
un imaginario
filo de agua
Ahora embarrada.
Eso vemos.
El auxilio silba.
patina sobre sí
y no llega.
El oído se acaba.
La mente se diseca.
VICENTE VERDÚ
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Pintura de Vicente Verdú