Por Hugo García Michel
Se trata de un libro sin orden y concierto. Un diccionario sin estructura alfabética. Un volumen que puede empezar al final, en medio e incluso por el principio. Por eso lleva en su título la palabra “caos”. Además lo escribe un tipo de naturaleza caótica, ecléctica, inasible; un sujeto que juega siempre con lo imprevisto, lo impensado, y de quien se puede esperar todo o se puede esperar nada.
El primer libro de Fernando Rivera Calderón es coherentemente incoherente y es eso lo que le da sus mejores cualidades y lo convierte en una obra tan inteligente como divertida. Es un diccionario, en efecto, pero un diccionario que sería reprobado a primera vista por cualquier academia del idioma. No están en él todas las palabras, pero sí están las que deben estar y en eso estriba su real importancia.
¿Filosófico? ¿Ontológico? ¿Existencialista? ¿Humorístico? El Diccionario del caos puede ser todo eso y más, pero el intento de explicarlo, de describirlo, es menos entretenido que su lectura, de la cual muestro aquí algunas definiciones tomadas al azar:
Adicto: De sus deseos convicto.
Sombrero: Accesorio que puesto boca abajo derrama humanos y boca arriba, conejos.
Bísquet: Dona Virgen.
Universo: Verso de una sola línea en el que cabe todo lo que existe y su reverso.
Barato: Producto carente de amor propio.
Adulto: Niño en ruinas.
Sal: Mar en polvo.
Memoria: Versión imaginaria de la historia.
Mascota: Animal que explota una autoestima rota.
Guitarra: Mujer de cuello largo y hermosas caderas que suele recostarse en mis piernas mientras la acaricio y le cantó.
El precioso diseño del volumen y las múltiples y minimalistas ilustraciones son obra de Alejandro Magallanes y complementan a la perfección los textos de Rivera Calderón.
Un libro gozoso, divertido, inteligente, placentero y tan adictivo como la definición de droga que viene en una de sus páginas: “Cualquier cosa que uses más de tres veces al día y te haga sentir bien”.