Hoy la tecnología y la ciencia han revolucionado el mundo. Nos están cambiando la piel. Los niños ya nacen diferentes, con una capacidad para manejar el mundo virtual que antes no existía. Nace el hombre biónico y hasta se sueña con vencer a la muerte.
Todo cambia, se transforma, se revoluciona, menos la política, que sigue anclada, paralizada, estática, sin alma, y lo que es peor, corrupta y desvergonzada.
Y ya no es un lugar u otro. Ni es sólo en el mundo subdesarrollado. Lo estamos palpando y sufriendo en el primer mundo rico que quería dar ejemplo a los demás. Lo vemos en nuestra querida y hasta ayer seria y austera España.
Llegados a este punto, es difícil arreglar ese entuerto con parches calientes. De poco valen las reformas. No se trata de poner remiendos, sino de cambiar radicalmente la forma de manejar la res publica, de organizar democráticamente la sociedad, de respetar el voto popular.
Es unánime en todas las encuestas mundiales que la institución peor valorada es la de los políticos. Sin excepción. En Brasil, desde donde escribo, de una lista de 22 instituciones, la política se ha quedado la última en la valorización de los ciudadanos. Veo que España los políticos no aparecen mucho mejor.
Si Hegel tenía razón, a esa crisis de la política, debería, tras una revolución, seguirle una nueva síntesis que la librase de las garras de la corrupción y del descrédito en el que ha caído
Hoy existe el sentir universal de que se llega a la política, no para servir a la sociedad, para buscar el bien de todos, sin distinción y sin privilegios. Se entra en ella para enriquecerse y para enriquecer al clan, tanto al partido de pertenencia como a familiares y amigos.
Se decía que eso era antes la norma en los países, por ejemplo, latinoamericanos. Hoy tocamos con mano que el fenómeno se ha hecho universal empezando por China.
Vivimos en una sociedad en la que ya, gracias a las nuevas tecnologías todos pueden opinar y una posible revolución en la forma de hacer política debería llevarse a cabo escuchando más a la calle.
No se trata de desempolvar a la democracia directa. Es algo más. Me atrevería a decir que el concepto mismo de democracia, por indispensable que sea para cualquier nueva forma de gobernar, está en crisis y debe ser repensado.
A veces, aquí en Brasil, escuchando a la gente sencilla de la calle, pero que piensa y sufre en su carne los latigazos de la corrupción política que los desorienta y llena de vergüenza y estupor al mismo tiempo, me doy cuenta que esa calle ofrece recetas que no son descabelladas y que a veces, puestas en práctica, podrían ser más eficaces que muchas discusiones teóricas de foros internacionales.
Una profesora de escuela aquí, donde vivo, una localidad de 60.000 habitantes, que gana 600 reales al mes, me contaba con estupor como un concejal de la alcaldía, a veces sin instrucción alguna, que apenas tiene que hacer en un ayuntamiento tan pequeño, gana la friolera de 6.000 reales (diez veces más que ella) tiene coche y chófer oficial y mil reales al mes para gasolina. Aún más, tiene derecho a seis asesores pagados por el ayuntamiento. Un concejal de Sâo Paulo gana 16.000 reales más todos los privilegios que acumula.
Todo ello, me decía la profesora, sin contar lo que los concejales ganan por otros canales no siempre legales, por no decir de corrupción. Y si eso pasa con los concejales, añadía, imagínese en las esferas más altas.
Para empezar a limpiar los canales de la política de abusos, corrupciones y deslealtades, algunas propuestas de la gente sencilla que pueden parecer locas, quizás, a la postre, sean más sensatas de lo que pensamos.
He aquí algunas: 1- Que no puedan ser los políticos los que se adjudiquen el sueldo.
2- Que dicho sueldo no supere en diputados y senadores al de un profesor de Universidad, y en los concejales al de un profesor de enseñanza media.
3- Que ningún político tenga privilegios que no sean absolutamente indispensable al desarrollo de su servicio, por ejemplo los 20 asesores de losque goza un diputado aquí en Brasil.
4- Que sea un consejo externo el que decida lo que le es estrictamente necesario.
5- Que los políticos tengan que llevar a sus hijos a las escuelas públicas y él y su familia tratarse en la sanidad pública, mientras ejerzan el cargo. Aquí, en Brasil, sanidad y educación pública son sólo para los más pobres.
6- Que no pueda ser ministro alguien que no demuestre un currículum profesional que justifique la cartera que se le adjudique. Aquíl, los ministros son propuestos por los partidos aliados del gobierno, no conforme a su profesion y especialidad sino pensando a su fidelidad con el partido a la hora de conseguirles recursos y prebendas.
7- Ya varios ministros han hasta confesado que ellos no tenían ni idea de la materia del ministerio, pero que “iban a aprender”. Por ejemplo, lo confesó la actual ministra de Cultura. Y el ministro de Pesca, un evangélico, dijo a la Presidenta Dilma el día de su toma de posesión que “no sabía ni colocar el cebo en un anzuelo”, pero que “todo se aprende”.
8- Harían falta órganos externos al gobierno que vigilaran de cerca la madre de todas las corrupciones: las concesiones de obras públicas a las empresas que después repasarán dinero al ministro o político que se las proporciona.
9- Los políticos que hayan sido sorprendidos con actos de corrupción a cargo de las arcas del Estado, deberían ser inmediatamente encarcelados y sobretodo deberían devolver al erario público todo lo que han recibido de soborno.
10- La gran mayoría de obras públicas o de gestión concreta de las ciudades, deberían ser aprobadas antes por voto popular a través de internet, algo que la tecnología de hoy permite con la máxima celeridad. En Brasil, en el Campus Party, Salim Ismail, fundador y director de la Singularity University, un centro de alta investigación ubicado en la NASA, en el Valle de Sicilio, ha justamente tocado este tema.
“Hasta la democrcia está desactualizada porque en ella se espera demasiado para tomar decisiones, mientras que el mundo de hoy necesitan respuestas rápidas a los problemas”, afirma. Y llega a decir que hoy para conseguir mantener el paso de la innovación, “es necesario pasar de largo de sistemas como el político, actuando independientemente y usando la fuerza empresarial para innovar”.
11- Excepto decisiones de alto riesgo, como de seguridad nacional, todo el resto debería ser colocado, en efecto, antes de su aprobación al voto popular. No digo que debería ser deliberativo dicho voto, pero sería muy importante saber por ejemplo, si la mayoría de los ciudadanos, prefiere la construcción de un nuevo, modernísimo y carísimo estadio de futbol o una docena de hospitales, de escuelas o de bolsas de estudio para los que deseen dedicarse a la innovación de la técnica y la ciencia.
12- Los políticos deberían, cuando acaban su mandato, poder trabajar en su anterior profesión sin conservar ni directa ni indirectamente privilegios inherentes a un cargo que era sólo para servir a los demás, no para arreglar su vida para siempre.
13- Ningún político que haya sido condenado en alguna instancia judicial, o que haya protagonizado algún tipo de escándalo de corrupción, debería poder volver a ejercer en el futuro.
Hoy en Brasil, el expresidente de la República, Fernando Collor que tuvo que renunciar al cargo por corrupción ha podido volver a ser senador después de ocho años. Y el actual Presidente del Senado, Renan Calheiros, que hace siete años renunció a su cargo, acosado por escándalos de corrupción que corren en la justicia, ha vuelto a ser elegido de nuevo Presidente y ha afirmado que su propósito es fomentar “la ética” en el Senado.
14- Debería revisarse el concepto y estructura de los partidos, hoy anquilosada, envejecida y desgastada. Lo ha intuido la ecologista brasileña, Marina Silva que a mediados de este mes lanzará su nuevo partido, que no se llamará tal, sino “red”, asociada dicha palabra a la de “eco’, que evoca tanto a la ecologóa como al “eco de las voces de la calle”. Silva considera que la palabra “partido” está desprestigiada.
No se si les parecerán locas o simplistas algunas de estas ideas recogidas a veces en la calle o en conversaciones con gente común, pero quizás deberían ser tenidas en cuenta cada vez que se habla de cambiar la política pero sin querer nunca bajar al terreno concreto de por donde comenzar a podar. Y eso lo sabe hacer el hombre de la calle, hoy cada vez más tristemente convencido de que los políticos están ahí para eso: para pensar más en ellos que en los demás y para echarnos de vez en cuando las migajas que sobran de sus banquetes realizados con nuestro sudor.