Por: Iván Thays
Foto: moleskine literario
Dos noches enteras leyendo Más allá del tiempo (Lumen) de David Grossman, y puedo decir que jamás me había ocurrido el confundir el sueño con la vigilia como con este libro. Con las luces apagadas, apenas una linterna para iluminar las páginas, la tiniebla se fue haciendo más espesa mientras las voces que Grossman transcribe en su libro parecían espectros que yo soñaba, no que leía.
Hasta hoy perdura esa sensación de haber soñado un libro. No puedo estar más conmovido. Los fantasmas que Grossman convoca parecen arrancados de mis propios miedos, de mi subconsciente. Cada frase resuena aún como fogonazos de luz, como relámpagos, y algunas como estelas flotando más allá de las palabras. No son frases, en realidad, sino apenas hilos de voz, jirones, murmullos en medio del camino.
Callados
estuvimos esperando la mañana.
Una mañana
que no
llegaba.
La sangre
no
corría por las venas.
Me levanté, te envolví
en una manta,
me agarraste la mano, me miraste
a los ojos: el hombre
y la mujer
que un día fuimos
inclinaron la cabeza
en señal de despedida.
El argumento se refiere a un hombre que decide ir allí, es decir, al lugar más allá del tiempo donde aún existe su hijo muerto hace cinco años. Quiere encontrarse con él, volverlo a ver, tocarlo, ayudarlo a vivir a través suyo. Su esposa se niega a acompañarlo, aunque no deja de pensar en él. El hombre que camina se va cruzando con peregrinos de apariencia fantástica (un cronista, un virrey, un centauro) y humanos como él (un viejo profesor de matemáticas, un zapatero, una comadrona, una mujer que teje redes); todos víctimas de un mismo dolor, la pérdida de un hijo, y todos con la necesidad de llegar allí y reunirse con sus muertos.
Recuerdo una película llamada Wit, de Mike Nichols, donde Emma Thompson representa a una erudita en John Donne que sufre de cáncer terminal. En una escena la vemos llena de vida, discutiendo con su mentora sobre la importancia de la puntuación en el verso del soneto X de Poemas divinos: ” And death shall be no more; death, thou shalt die.” (y la muerte ya nunca será; muerte, tú morirás.). Mientras avanza la película, y participamos del sufrimiento de la erudita, el verso de Donne en el que muere la muerte parece cada vez menos probable. Pese a los deseos del poeta, la muerte no ha muerto, sigue vigente, demostrándole a esa mujer -que está vencida, ovillada entre las sábanas, agonizando- que no basta un poema ni la inteligencia ni el pensamiento humano para poder vencerla cuando decide aplastarnos.
Hace unos años, David Grossman -cuyo hijo Uri, de 20 años, fue asesinado por un misil en una operación al sur del Líbano- publicó un libro tremendo sobre la muerte de su hijo llamadoLa vida entera. Grossman dijo entonces que “Empecé a escribir el libro porque quería acompañar a Uri todo lo que pudiera”. Esa misma idea, la de no dejar ir al hijo, la de acompañarlo a donde fuera, es la que sostiene toda la estructura de pesadilla de Más allá del tiempo. No dejar ir a un ser querido es intentar, como quería John Donne, matar a la muerte.
Sin embargo, el hombre que camina debe aceptar su derrota:
Él, en persona,
ha muerto,
puedo llegar a entender, casi,
el significado de esos sonidos: el niño
ha muerto
reconozco
que
esas palabras
encierran verdad. Está muerto,
él
ha muerto. Pero
su muerte,
su muerte
no
ha
muerto.